viernes, 10 de mayo de 2019

La hipótesis del blanco

Me gusta meterme en los libros científicos y, si es posible, leerlos en sus idiomas originales. En ellos hay criterio, opiniones, se discuten teorías, se explica cómo se van afianzando los conocimientos. En general, su lectura proporciona un amplio conocimiento sobre la ciencia de la que trata. He conocido libros geniales, alguno de ellos me ha acompañado desde mi época de estudiante. 



Pienso en el llamado “Principios de Genética”, de Th. Dobzhansky, que se editó en 1958. Durante muchos años, fue el único libro de Genética editado y en los departamentos correspondientes se le llamaba “el libro”. Luego fueron apareciendo más y más en diversos formatos, pero el primero, el Dobzhansky, como le llamábamos familiarmente debido a su autor, siguió siendo insustituible. Lo acabo de mirar ahora mismo. Sus páginas tienen para mí mucho de entrañable, pues en ellas encuentro al estudiante que fui, empeñado en comprender algo o en resolver algún problema de los que allí venían. 



Con los grandes de cada ciencia pasa una cosa singular. Cuando se escribió el libro, aún se conocía muy poco de los ácidos nucleicos, de la acción mutagénica de las radiaciones, o de genética evolutiva en general. No obstante, leyendo ahora los textos escritos hace más de medio siglo, es fácil ver cómo el autor intuía lo que luego se comprobó con certeza. 



Algunos científicos tienen tan metido en su mente la naturaleza del objeto que estudian, que poseen una clarividencia grande sobre él e intuyen características suyas que son difíciles de comprobar en el momento en que las enuncian, pero esas propuestas quedan planteadas como retos a los siguientes investigadores. Ocurrió con Francis Crick o con Albert Einstein, que hoy se está comprobando mediante estudios complicados cómo sus intuiciones eran veraces, aunque no se pudiesen comprobar en aquel tiempo. 


En el libro de genética que comento, también es sencillo encontrarse con interpretaciones que quedan inacabadas por falta de conocimientos en aquella época, pero con frases insinuadoras sobre las posibles soluciones, que luego mostraron ser acertadas. 

Voy a comentar un solo caso, de entre varios que aparecen en el libro. Hablando del efecto mutágeno de la radiación, el autor comenta los resultados experimentales del investigador ruso Nikolaj Vladimirovich Timofeev-Resovskij, quien trabajando con Drosophila melanogaster, la mosca del vinagre, descubrió la relación directa y lineal entre la dosis de radiación y la respuesta a modo de mutaciones letales en el cromosoma X de machos irradiados. 

Estos trabajos se realizaron en años tempranos de la década de 1930. Se estaba comenzando a conocer el papel de los ácidos nucleicos en la herencia. Se desconocía la estructura molecular de estos ácidos. Había una fuerte corriente científica que atribuía a las proteínas el papel de transmisor de la herencia biológica. En esa misma década, T.H.Morgan recibe el Premio Nobel por demostrar, entre otras cosas, la base cromosómica de la herencia. Pero en los cromosomas hay proteínas y ácido nucleico, Las dos moléculas sobre las que se discutía su papel en la herencia. Se conocía bien la estructura de las proteínas, se desconocía la de los ácidos nucleicos. Pero afloraban múltiples experiencias que obligaban a decantarse por ellos. 

Tampoco faltaban los que defendían la idea de que los genes eran algo espiritual, un soplo inefable, si bien Mendel había demostrado cómo se transmitían de modo inalterable a lo largo de las generaciones, aunque pudiesen estar ocultos en los individuos.
¿Eran reales los genes, existían de modo discreto, concreto, se podía actuar sobre ellos? La interpretación de los estudios de los efectos de la acción mutágena de los rayos X aportaron luz a estos debates. Si nos fijamos en la gráfica, vemos una relación directa entre dosis de radiación (causa) y aparición de mutantes (efecto). Aunque la gráfica no lo indica, a 0 R (Roentgen) de radiación, corresponde un 0,02% de mutación. No es error, más bien es una prueba de la precisión del experimento, pues esa cantidad representa la frecuencia de la mutación espontánea.

No faltó quien dijese que a dosis doble de radiación, correspondían dosis dobles de mutantes. Era un resultado similar a lo que ocurre en un bombardeo, en el que lo importante es dar en el blanco. Cuando se duplica la dosis de bombas, o de unidades R, las respuesta en el doble de víctimas o de mutaciones. Se fraguó con esta idea la que hoy conocemos como “hipótesis del blanco”, que resultó ser verídica. 

Relación "dosis de radiación-aparición de mutantes letales" en los
cromosomas X de los machos irradiados.

Según esta hipótesis, para que se produzca una mutación, las radiaciones han de alcanzar el blanco. Y, ya digo, se comprobó lo acertado de la hipótesis. Pero, sin pretenderlo, también se confirmó la naturaleza material de los genes. 

T.H.Morgan había demostrado que los genes ocupaban un lugar concreto en los cromosomas y fue premiado con el Nobel en 1933. Ahora, otros investigadores, estudiando el efecto de las radiaciones sobre el material hereditario, demostraban la naturaleza material de los genes. También fueron reconocidos con el Premio Nobel en 1946.


Foto: Emilio Valadé del Río de Sinnott, Dunn, Dobzhansky, "Principios de Genética", Ed. Omega, 1961, Barcelona

8 comentarios:

  1. Muy buena reflexión, Emilio.
    Con frecuencia hay que recordar los fundamentos para saber de qué estamos hablando...

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  2. Sí, Alex, y más a los chicos, puesto que estos fundamentos ya no aparecen en los libros. Si no se les hace ver, terminan sus estudios pensando que estos conocimientos cayeron del cielo como si nada.
    Gracias por leerme y por tu comentario. Un abrazo cordial, como siempre.

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  3. Hola Emilio, tu entrada me ha hecho levantar la vista del ordenador y rebuscar con mi mirada entre el revoltijo de libros que se amontonan en la estanteria,... y reconozco de inmediato el lomo rojizo del tomo de Genética,... el Strickberger,...pero también el Lehninger de Biología, el Strasburger de Botánica,... o le Fahn de Anatomia Vegetal,... y tantos otros que me han acompañado durante mi vida de estudiante.
    Un abrazo!

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  4. El Strasburger, el primero que compré, traducido por O.de Bolós, mi profesor de Botánica, allá en Barcelona, y el Stricberger, el strick para los amigos. Mucha ciencia y, fundamentalmente, muchos conceptos de esos que ahora no se ven en los libros, no se transmiten, no se conocen. Tal vez hoy encontremos mucha información, pero sin digerir.
    No sé, es una opinión, Norte. Un saludo muy cordial.

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  5. Excelente publicação .
    Ler no idioma original é melhor ,pois muitas vezes uma pequena palavra pode mudar o sentido do texto .
    Mas ainda podemos descobrir muito sobre o DNA,doenças incuráveis poderão ser superadas . A genética é uma parte da ciência que pode nos auxiliar na cura de doenças novas que aparecem .ou mesmos as"velhas" .
    Estudar pelos livros é muito diferente do estudo pelo GOOGLE .

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  6. Si, Marina Seischi, y peor aún es estudiar por los apuntes, como hacen muchos estudiantes actuales, que no estudian para saber, sino que lo hacen para aprobar. El ADN encierra muchas incógnitas y su estudio nos aportará tremendas sorpresas. Por eso siempre me pareció una absoluta sobrebia llamar "ADN basura" a aquel cuya función desconocíamos. Un cordial saludo.

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  7. Un aplauso para T. H. Morgan y sus antecesores.

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